Cuenta la leyenda que mientras tropas enemigas se acercaban a la bahía de éste lugar por el mar de China, unos dragones bajaron del cielo e hicieron llover unas perlas que, al entrar en contacto con el agua, se transformaron en lo que hoy vemos como kársticas caprichosas rocas (dos mil islotes de piedra caliza) logrando así la protección del territorio con su frontera natural.
Mientras el rocío chispeante nos humedecía disimuladamente y la visión se tornaba calima, adentrávamos en dimensión tenebrosa con aire de no indiferencia. Un paisaje cargado y vibrante hacía de nosotros un pálpito silencioso quebrado sólo por los motores del ferri.
Momento.
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